Todo comenzó una tarde cualquiera en el centro de Caseros. Yo caminaba tranquilo, hacía apenas 48 horas me había hecho todos los estudios para arrancar el gimnasio. Me habían dado el alta.
—Estás perfecto —me dijeron—, andá a nadar, muscular, hacé lo que quieras.
Y ahí iba yo, con el alta en el bolsillo y el pecho inflado de salud.
En eso, un tipo desorientado, con cara de desesperación y una llave de auto en la mano, me frena en la calle.
—Disculpe, señor… ¿la calle Parodi dónde queda?
Le explico, como cualquiera. Pero el tipo no se va. Me mira fijo y me dice:
—Le voy a hacer un regalo. Hace media hora que nadie me sabe explicar.
Y ahí me larga:
—Soy médico. Tengo más de treinta años de experiencia. Y usted está enfermo del corazón.
Lo miré como se mira a los evangelistas que reparten papelitos o a los locos que andan sueltos.
—¿Cómo dice?
—Sí, usted está enfermo del corazón. Lo veo en los ojos, en los labios… en esa pancita.
Pensé que era un delirante. ¿Cómo va a saber eso un tipo en la calle, si hace dos días los estudios me dieron perfectos? Pero algo me quedó picando. Y gracias a ese encuentro, fui a un especialista…
Y sí. Estaba al borde del horno. Me salvaron justo.
A partir de ahí, algunos me dijeron que tenía que rezar. Que hablara con Dios. Que si le hablaba de verdad, Él me iba a contestar. Así que un día lo intenté. Solo. En serio. Le hablé a Dios. Le pedí una señal.
Y escuché una voz:
“En estos momentos, todos nuestros operadores están ocupados. Intente más tarde.”
Después vinieron los estudios, la confirmación, y la operación. Me desperté en la sala de Unidad Coronaria, ocho horas después, atado a la cabecera de la cama como si me hubieran traído de Guantánamo.
Lo último que recordaba era haber entrado al quirófano. Los médicos me recibieron con un tono despreocupado, casi como si fueran payamédicos.
Al día siguiente, ya más consciente, empecé a gritar:
—¡Freedom!
Se me acerca un médico.
—¿Qué te pasa?
—Liberame, flaco. Ya fue.
—Yo te suelto… pero pensá que tuviste una operación de 10 horas. Estuviste muerto varios minutos y…
—¿¡Perdón!? ¿Estuve qué?
—Sí. Se detiene el corazón y después lo hacen arrancar. Es normal. Así que portate bien, y te desatamos.
Así que me morí (otra vez)… y eso, ¿dónde me deja?
No vi el túnel. No vi a mis padres esperándome. Ni una luz. Ni un coro celestial. Nada.
Para mí fue como dormir sin soñar.
Y sin embargo, cuando me dijeron que había que operarme del corazón, tampoco sentí miedo. Nada.
Fui solo al sanatorio, como quien va a pagar una boleta de luz. No escribí testamento. No lloré con la familia. Ni me despedí de nadie.
¿Eso es normal?
Yo no niego ni afirmo. Solo cuento lo que viví.
Y si Dios existe, sabe que le hablo con respeto.
Aunque todavía no me haya devuelto la llamada.
🟦 ¿Y vos? ¿Tuviste alguna experiencia cercana a la muerte?
¿Conocés a alguien que la haya vivido?
¿Creés que hay algo después?
📩 Contanos escribiendo a radioinfoamba@gmail.com