Por Pepe Vázquez
Hay algo que me molesta profundamente: la lógica binaria. Esa manía de tener que elegir entre uno u otro, como si la vida fuera una pizza partida al medio. Pasa en el fútbol, en la política, en todo. Y en el caso de Cristiano Ronaldo y Lionel Messi, fue una batalla inventada que todavía se arrastra.
Durante años, si alguien decía que admiraba a Cristiano, le saltaban encima con los tapones de punta:
—“¿Qué decís? Messi es mejor.”
—“Messi ganó más.”
—“Cristiano es un agrandado.”
Como si elogiar a uno fuera atacar al otro. Como si el aplauso fuese una moneda escasa que hay que repartir con culpa.
Yo los admiro a los dos. Y no solo por lo que hacen con la pelota.
Cristiano es admirable por su disciplina, su actitud, su rebeldía sin escándalos. Un atleta fuera de serie, que no se dejó usar por el sistema. Cuando sacó las botellitas de Coca-Cola en una conferencia de prensa, dijo más que mil slogans vacíos. Tiene casi 40 años y sigue compitiendo en el más alto nivel. Y lo hace cuidando su cuerpo como un templo y su ética como bandera.
Messi, en cambio, es un fenómeno más silencioso, más integrado al sistema, sí. Pero también es una figura noble, familiar, sin manchas, que se bancó años de críticas y presiones sin romperse. Ganó todo, absolutamente todo, y lo hizo con perfil bajo, sin escándalos ni berrinches. Es ejemplo de humildad y constancia.
¿Quién es mejor?
No me importa. No es el punto.
Lo que me importa es cómo los obligaron a enfrentarse. Cómo a Messi lo atacaban desde sectores maradonianos con una saña incomprensible, solo porque no había ganado un Mundial. Como si el amor a Diego necesitara demoler a Lionel. Como si no se pudiera admirar a los dos.
A mí no me gusta esa mentalidad de Boca-River, de binarismo absurdo.
Buenos Aires tiene más de 25 estadios. El fútbol argentino tiene historia, pasión y colores de sobra. No se puede vivir pensando en dos equipos, ni en dos nombres.
Y tampoco se puede vivir pensando que la vida es una elección permanente entre “uno u otro”.
A veces, los dos son grandes. A veces, los dos merecen aplausos.
Y lo más sano, lo más humano, es poder decirlo sin culpa.